Save the Children publicó esta semana un nuevo informe que demuestra que en los últimos 20 años los niños y niñas en situación de pobreza se enfrentan a los mayores niveles de desigualdad. Esta situación está afectando dramáticamente su salud, la educación y la supervivencia – el aumento de sus posibilidades de padecer enfermedades, su salud mental, retraso en el crecimiento físico y el abandono escolar.
Y al Perú no le va bien. Pero, primero una buena noticia: entre 1990 y 2012, por primera vez desde que las tendencias globales de pobreza comenzaron a ser monitoreadas, el número de personas en pobreza extrema se redujo de casi 2 mil millones de personas a menos de 1,3 millones de personas. Si los datos preliminares se confirman, se habría logrado cumplir una de las Metas del Milenio – reducir a la mitad la proporción de personas que viven con menos de 1,25 dólares al día – antes de la fecha límite de 2015. Otra noticia positiva es que la mortalidad infantil también está cayendo. En 2011 la mortalidad de niños menores de 5 años se situó en 6,9 millones, frente a los 12 millones que se registraban en 1990.
Sin embargo, y ahora viene la mala noticia, es que el progreso económico mundial esconde disparidades. Cuando los promedios nacionales de reducción de la pobreza, el hambre, la mortalidad infantil o la educación se desagregan entre ricos y pobres, zonas urbanas y zonas rurales, o por grupo étnico o de género, se observa que algunos individuos y grupos se están quedando muy por detrás. El progreso no está llegando a todos. En el reporte “Nacer Iguales”, Save the Children muestra que el mundo necesita hacer frente a la desigualdad si queremos que el desarrollo llegue de manera equitativa a todos y todas.
Actualmente, el mundo se enfrasca en discusiones sobre el desarrollo y por ello estamos en el momento oportuno para que los líderes aprovechen el crecimiento sostenido de la mayoría de países de renta media para hacer el progreso sea para todos, y especialmente para niños y niñas.
En 1990, la gran mayoría – 93% – de las personas en situación de pobreza en el mundo vivía en países de bajos ingresos. Hoy en día, a pesar del hecho de que las desigualdades entre países siguen siendo altas, más del 70% de las personas más pobres del mundo – hasta mil millones – vive en países de ingresos medios.
El desafío en estos países no es sólo la reducción de un alto nivel de pobreza, sino también enfrentar la pobreza relativa y las brechas entre ricos y pobres. Es sorprendente que las personas más ricas continúen disfrutando de una rápida acumulación de riqueza, ya que el efecto consiguiente es que se incrementen los grandes abismos entre ricos y pobres.
En el informe “Nacer Iguales” se ha revelado que, en los 32 países estudiados, los ingresos de una familia rica son 35 veces mayores a los de una familia en situación de pobreza. Y para el caso específico de Perú, los ingresos de las familias donde viven los niños en situación de pobreza son 66 veces menores a las familias ricas. Las brechas entre los niños pobres y más ricos son considerablemente mayores que las diferencias entre los adultos, lo que sugiere que los niños experimentan mayores desigualdades.
Los países de la muestra con la mayor desigualdad entre los ingresos efectivos a disposición de los niños ricos y más pobres son Bolivia (donde los más ricos de los niños viven en hogares con ingresos de la asombrosa cifra de 222 veces superiores a las de los más pobres), Colombia (161 veces), Haití (142 veces), Guatemala (142 veces), Namibia (72 veces) y Perú (66 veces).
Y lo más preocupante es que las diferencias van en aumento. Desde la década de 1990, en los 32 países estudiados, la brecha entre los niños ricos y más pobres ha crecido un 35%. Además de la riqueza, las desigualdades grupales, las que van desde la raza, la etnia, el género o la región, tienen efectos dramáticos en la vida de los niños. Es revelador saber que en el Perú, el porcentaje de personas indígenas que completan la educación secundaria es sólo una quinta parte de la población blanca.
A pesar de esta realidad, en América Latina se pueden rescatar experiencias exitosas para reducir las desigualdades entre ricos y pobres. Brasil, por ejemplo, ha demostrado la importancia de la voluntad política de crear el cambio y la reducción de la desigualdad. Las políticas sociales brasileñas – que van desde programas de transferencias en efectivo, como Bolsa Familia, a la salud y la educación – han sido una herramienta fundamental para reducir las grandes desigualdades.
Los hallazgos de este informe demuestran que hay un amplio margen para la mejora y la igualdad de oportunidades. Desde el aumento del gasto social, para avanzar hacia el acceso universal a los servicios básicos, las políticas de salario mínimo o las estrategias de desarrollo regional. Los países tienen un amplio menú de opciones de políticas públicas para reducir la desigualdad, y así llegar a la meta de erradicar la pobreza.
Los niños son los más afectados por la creciente brecha entre los que tienen y los que no. Por ello, la desigualdad debe ser enfrentada para que todos los niños tengan la oportunidad de sobrevivir y prosperar, y se benefician de los enormes progresos que se han realizado a nivel mundial. Un mundo más igual en los próximos mejora las posibilidades de cada niño que tenga las mismas oportunidades de sobrevivir y prosperar.